La imagen del gobierno se deterioraba a diario sin que nadie tratara de defenderlo. La lentitud que se atribuía a los radicales quedó simbolizada en una tortuga. También las arrugas del Presidente se habían convertido en motivo de bromas. Las mejor intencionadas rescataban aquello de venerable que imprime el paso del tiempo, y sus adeptos se complacían en expandir esa figura calma y bondadosa –“popular”, decían- del Primer Mandatario.

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