Un hombre en extinción

Ahora sólo me queda inventarme mis fantasmas para poder conversar. Caminar y caminar, mirar a la gente pasear, maldecir esta suerte. Ahora todo vuelve a ser como antes: tan distinto, desde que tu ausencia es mi remo que me lleva por la miseria de este ridículo planeta. “Adiós L.A., quiero intentar una vida en pareja y tu no quieres. Déjame intentarlo con otro… No me odies L.A… No me condenes. Por Dios, L.A. quiero intentarlo una vez más… Adiós L.A… Pensaré mucho en ti…” Diste la espalda y te marchaste, volteaste dos veces, quizás queriendo que te retenga; yo quise gritar tu nombre, llamarte a mi lado y con un beso sellar algo eterno. Pero no pude. Cuando volteaste por segunda vez, estabas a una calle y me movías la mano como pañuelo del adiós, yo te miraba. Pero no pude gritar que te quedaras.

Llegó la noche y seguía caminando sin destino, sin rumbo, sin pensamientos, caminé hasta la Plaza San Martín y me fui con una puta, los primeros minutos sólo la hice desnudar y la abracé sin decir nada. Minutos después me vestí y salí de esa inmundicia de hotel. No le dije nada, le arrojé el dinero en la cama y me di media vuelta.

Cómo la recuerdo esta noche sin sentir su calor ¿cómo estará ella? ¿Cómo estarán ahora esas calles? No lo sé y que diablo importa, se ha marchado y yo no quise retenerla a mi lado “Irónica y contradictoria es la vida”. Ahora es que siento tu ausencia como navaja caliente, ahora es que comprendo cuanto me quiso y cuánto de mi no le entregué por temor al ridículo amor.

Por las noches ella empieza sus idas y venidas. A estás horas vence su decepción personal, en cada acto sexual ella obtiene un íntimo triunfo. Ella adquiere valor e identidad, ella se siente deseada y querida por su amante ocasional y ella puede hacer lo que quiere, ella es la reina en este su reino de embusteros, ella es la protagonista y hacedora de su destino, por las noches ella es la dueña del tiempo y de los deseos reprimidos.

Esta noche de frío primaveral azota mi cara mientras camino pensando, sin mirar a nadie; No tengo con quien conversar y la noche y la tristeza que invaden mi cuerpo son como el alcohol que recorre mi cuerpo. No sé explicar esto.

Me siento en un parque ha leer un poema y por primera vez en mi pobre vida los versos se confunden con una sonrisa, es que recuerdo la cara de ella cuando le declamaba algún poema y ella me decía extasiada: “Hablas tan bonito L.A.”. Bendito sea el año, el mes, el día, la hora, la estación, el tiempo, el instante, el país, la ciudad, la calle en la que su encantadora mirada se cruzó con la mía, su mirada intensa, avasalladora, apenada y triste y sobre todo su complicidad al repetirme “Te quiero L.A, sabés, te quiero… como argentino, como me lo enseñaste, suena tan bonito.. ¿Me querés?” y soltaba la risa y se echaba en mis brazos. Yo quedaba embelesado. Como iba a imaginar que ella, me sacaría del pozo de los recuerdos, que ella iba a llenar mi aislamiento y esta habitación solitaria y llena de libros, sin más compañía que la tristeza dueña de todos los rincones. Ella me entregó su belleza con orgullo. Y ya no pudimos tener conciencia de las cosas. Todo fue un torbellino. Absolutamente todo.

Siempre que nos volvíamos a encontrar le desacomodaba el cabello, una sonrisa era su respuesta. “Escribe un cuento donde los dos seamos protagonistas” me lo pidió una vez. Y todavía recuerdo la entrada y partes fragmentadas: “Dos amorosas figuras, desconsoladas y atormentadas, suspiran y lloran, cubiertas de noche y vacío, junto al mar y la brisa, amor entre sus pechos, arena entre sus dedos…”.

El día que se lo iba a entregar sucedió algo extraño, fuimos a un hotel con el baño descompuesto y oscuro, después de amarnos con desenfreno y pasión ella se paró de la cama, se fue a un rincón, se sentó y empezó a orinar. Yo desde la cama la quedé mirando, miraba su orina salir como un chorro de agua aprisionada. Ella me miraba y sonreía. Cojí el fósforo y encendí las hojas de papel con el cuento que le había escrito, ella se paró rapidamente y sólo me dijo: ¿Por qué?, se acostó a mi lado sin decir nada, me abrazó y lloró en silencio mientras me miraba. “No creo – le empecé a decir después de un largo silencio – que deba disculparme contigo por lo que acabo de hacer. Quise enseñarte lo que había escrito pero al verte orinar me di cuenta de lo maravilloso que son estos días a tu lado, pensé que esto, es más de lo que merezco, me siento tan bien contigo, y si destruí el cuento es por estrategia. Sólo prolongo esta dicha de estar a tu lado. Porque cada vez que escribo y avanzo y estoy a punto de concluir, siento un gran vacío, siempre ha sido igual. En realidad quiero sentir que me extingo, por eso escribo, quiero sentir que se acaban mis días, para después volver a resurgir como el ave Fénix, renovado. Quiero gritar que soy un ser en extinción, el último de mi especie: Un solitario y melancólico que no sabe lo que quiere. He destruido lo que te escribí porque quiero seguir contigo. El día que termine de escribir el relato de mi vida que estoy haciendo, qué será de mi. Tu ya no estarás y mi historia será ya otra historia.

Ella me pasó la mano por delante de los ojos, cortando el aire y mi pensamiento. Sólo ella con su sonrisa me hacía olvidar de todo, su sonrisa inundó la habitación. Todo era una vorágine bello y licuescente, acompañado de una sensación de ternura y cariño cuando esa tarde del cuento ella me dijo: “Te quiero, sabes, te necesito como el latir de mi corazón”. La miré entera, sus labios tibios y vitales, su mirada y su voz hialina. Como creo oír esa melodiosa voz cuando juntos hacíamos poesía, ella cantaba: “Soy la arena ardiente del desierto”. Y yo: “Soy la lluvia que cae sobre ti después de mucho tiempo” dice ella: “Soy el camino desolado”. Yo respondía: “Soy el caminante perpetuo que va lento”. Entonces invertíamos los papeles, ahora decía yo primero: “Soy un alud incontenible”. Me contesta: “Soy el abismo que te espera”. “Soy solitario y de mala suerte”. Ella: “Soy la soledad y tu buena suerte”.

Quise retenerte, hundirme una y mil veces y que me devores con todas tus fuerzas mujer, yo quise estar a tu lado y sentir la suavidad de tu piel y tu olor eternamente, busco palabras para epigrafíar lo que escribo para ti, pero es imposible.

Han pasado muchos días sin ti, te ibas siempre sin ganas de partir hasta aquel día que me dijiste: “No quiero irme más” y yo… yo te abrí la puerta y te dejé marchar, ahora que te has ido se quedó para siempre la soledad.

L.A.

2 comentarios:

Alicia dijo...

Es un relato tan dulce, real y lleno de sentimientos, de contraposiciones, que sin querer, o quizás queriendo, miras tus esperiencias y sin duda alguna te hacen recordar ciertos momentos que siempre han estado en tus pensamientos, pero que jamás hubiera encontrado palabras para describirlos.
Cuando leo tu escrito, te admiro, por esa forma tuya de relatar cosas sencillas, sentimientos que todos hemos compartido y jamás hemos escrito.
Nuestros pensamientos ineditos, nuestros sentimientos ocultos, nuestras esperiencias olvidadas, pero tu les pones cara, les pones palabras, les pones color.
Tu relato hace un parentesis en nuestra vida cotidiana, monotona, incierta.
Piensas, sientes, incluso lloras.
Gracias de nuevo LA

Michael Dubbo dijo...

Disculpen: quien es L.A.?

Porque lo publica Beth?

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